La luz del atardecer ilumina cada tarde las cruces en los acantilados orientadas al mar en recuerdo de muertos y desaparecidos. En ese momento se ofrecen juntos los dos elementos, atardeceres y tragedias, que rebautizaron el latino Finisterrae para convertirlo en Costa da Morte.
En la actualidad sigue siendo uno de los puntos estratégicos más transitados de las rutas marítimas intercontinentales y uno de los más peligrosos para la navegación. El registro cartográfico de naufragios y salvamentos se llena de cruces que representan más de un centenar y medio de embarcaciones hundidas en el último siglo, pero se pierde la cuenta de los sustos cotidianos en la memoria colectiva de un pueblo marinero, por otra parte alegre y vital.